miércoles, 30 de diciembre de 2015

NOVELA EXOTISTA Y MARRUECOS (1): PEDRO Y MAXIMILIANO RAIDA.

RAIDA, Pedro y Maximiliano:
-         Aires moghrebinos. Tipografía de El Mercantil Sevillano. Sevilla 1908, 80 páginas.
-         Regeneración. Trozos de vida árabe. Tipografía de El Mercantil Sevillano. Sevilla 1909. 132 páginas.
-         De la morería. Tipografía de El Mercantil Sevillano. Sevilla 1909. 99 páginas.
-         Venganza riffeña. Pueyo. Madrid 1910. 157 páginas + 1 hoja.

  Los hermanos Raida tenían afición a la escritura. Tres de ellos publicaron cuentos y poemas,  aunque fue Pedro el que alcanzó mayor renombre. Guilis Pastor, en la crítica que hace a la novela Venganza riffeña  en La Nación Militar de 12 de febrero de 1910, nos dice que eran nacidos en Austria pero que adoptaron el idioma español para escribir. No obstante, en las biografías de Pedro se nos dice que nace en Sevilla en 1890. Y   Miguel Ángel Buil Pueyo en su libro Gregorio Pueyo(1860-1913), librero y editor  nos indica que nació en Mogador en 1888 y murió en León en 1962. Quizás este nacimiento marroquí explique mejor su inclinación literaria por el exotismo magrebí. Fue éste un poeta de vanguardia, perteneciente al grupo Ultra que se formó en Sevilla con Garfias, Cansinos-Assens, Adriano del Valle, Pedro Luis de Gálvez  y otros.

   Los Raida, como le ocurre a Isaac Muñoz, combinan un cierto vanguardismo literario con una rancia visión exotista de Marruecos. En realidad, les importaba más crear un escenario nuevo donde colocar sus argumentos que mostrar la realidad del país. Son, usando la expresión de Said, autores del oriente imaginado. Tal vez estaban imbuidos de una mentalidad que trascendía las ideologías y que, de buena fe, creían que era posible que un pueblo ayudara a otro imponiendo su poder y que de esa imposición se sacaran beneficios para todos. Los Raida, sin embargo, son más realistas que Muñoz y llegan a unir costumbrismo regionalista (colonial) con una estética vanguardista sin excesos.

   Su pasión literaria marroquí se comprime en cuatro libritos de cuentos y una comedia (Con ella pagó el sultán -1910-).  Evocan un Marruecos bárbaro muy del gusto de la época y se recrean en novelar situaciones como la venganza o la exclusión de la mujer. Los moros son fanáticos y supersticiosos, viven en una sociedad alejada de la civilización y tiene un acendrado instinto cruel para, según los Raida, relacionarse. Tienen tendencia al el diálogo, y en varios de los libros aparecen lo que llamaban bocetos de comedia. Su única novela larga de la serie, Regeneración, es un relato dialogado. Su visión es caduca, colorista pero despreciativa, fuertemente impregnada por el sentido de alteridad y superioridad.  No todos los cuentos tienen un trasfondo colonial, los autores prefieren sustraerse de esta circunstancia para sumergirse en las “costumbres árabes” sin contaminar. Pero no desdeñan las referencias coloniales. En el libro De la morería, el segundo de los cuentos se titula La fotografía y es un ejemplo claro del pensamiento y estética literarias de estos dos autores. En él se narra las peripecias de un europeo en Tánger para conseguir una fotografía de un marroquí. La contraposición de los avances técnicos, simbolizados en una cámara, y el atraso marroquí, que huían de ser retratados,  es el esquema de las constantes conmiseraciones de los exotistas literarios.
Mercado de Tánger. Óleo de Enrique Simonet Lombardo
   Hoy casi nadie se acuerda de Pedro y Maximiliano Raida y su modo de narra ha quedado anticuado. Pero era una moda propia de la época que tuvo un amplio reflejo en las revistas literarias e ilustradas.


lunes, 21 de diciembre de 2015

NOVELAS DE PLANTACIÓN EN LA GUINEA ESPAÑOLA (3): MANTO VERDE BAJO EL SOL de V. LÓPEZ IZQUIERDO.

LÓPEZ IZQUIERDO, Vicente: Manto verde bajo el sol (Valencia 1973. Autor. Imprenta J. Domenech. 290 páginas + 2 hojas).

   El autor ordena recuerdos cinco años después de la independencia y escribe una novela de plantación. Advierte en la fotografía que abre el libro: Sus imparciales relatos novelados, no denigran al negro, ni ensalzan tampoco al blanco; humanizan por igual a las dos razas, en los conceptos respectivos de las cosas. Porque virtudes y defectos humanos, fueron siempre sinónimo de la especie. Con esa sintaxis singular y un tanto confusa, se empeña en describir la vida colonial pintando a dos personajes contrapuestos: El marido, empleado de confianza en una finca; y su mujer, con la que se casó por poderes, que acaba de llegar y trata de comprender un mundo distinto y desigual. El hombre que conoce y aprovecha las ventajas coloniales, y la mujer que no se adapta a las diferencias. El tercer personaje en cuestión jefe y primo del marido, Isidro Montilla responde al estereotipo de colonial embrutecido que justifica todo el sistema de abuso y a la sociedad racista y explotadora. Los conflictos entre ellos tratan de revelar la vida en la plantación sin ahorrarse humillaciones, castigos físicos y diferencias de trato. A veces con escenas duras en las que las mujeres blancas sufren también el desprecio machista.

   El autor no es un gran prosista. En muchas de las novelas coloniales, el mérito es más sociológico que literario. López Izquierdo tiene la originalidad de plantear las tensiones coloniales entre blancos, más que entre blanco y negros. Las relaciones no siempre fáciles entre propietario y trabajadores, y la tensión sexual soterrada entre unos y las mujeres de los otros. En la Guinea Española no había mujeres europeas solteras, o eran muy pocas. El deseo de los españoles se conformaba con las indígenas, engañadas, prostituidas o atraídas por una vida fácil y falsa. Pero los adulterios consumados y los impulsos reprimidos debieron existir mucho más de lo que la historia doméstica general de los colonos nos ha hecho llegar. Las escenas entre el propietario de la finca, el primo y empleado y la mujer de éste tienen una notable fuerza. La sociedad colonial era muy reducida en personas y corta de miras, casi todos pertenecían al mismo sector y no daba para mucha variedad. Estaban todos pendientes de los demás. Y la jerarquía entre los jefes y los empleados coloniales afectaba a la vida familiar y social.
Vicente López Izquierdo
   La novela se publicó en 1973. El país era ya independiente aunque en España estaba sometido al silencio de “materia reservada”. Pero la mentalidad iba cambiando, la colonización había casi desaparecido de África. Ese cambio en la manera de pensar se refleja en esta novela. No es un relato de la gloria de la raza hispana civilizando la selva, pero tampoco es un alegato anticolonialista. Ni es un elogio al esfuerzo titánico del colono, pero tampoco una defensa a ultranza del indígena. Leída hoy, sirve para ver cómo se iban cambiando las mentalidades. La obra plantea situaciones de violencia y abuso que eran inéditas en la literatura sobre colonias españolas en África. No le importa levantar tabúes. El castigo físico y las relaciones sexuales con las indígenas aparecen sin tapujos. Y, aunque el ritmo no es muy vivo y la tensión decae, tiene ese mérito innegable.


   La novela tiene, en fin, el mérito de plantear estas cuestiones que no habían sido tratadas en la literatura anterior (salvo en las novelas de plantación y, quizás, en José María Vilá).

jueves, 3 de diciembre de 2015

NOVELAS DEL DESASTRE DE ANNUAL (8): KÁBILA de FERNANDO GONZÁLEZ.

GONZÁLEZ, Fernando: Kábila (Debate. Madrid 1980. 299 páginas + 1 hoja).
   Este escritor y periodista gallego nacido en 1939 y muerto en Madrid en 1980, llegó a ser redactor jefe de Informaciones y, posteriormente, se incorporó a El País al crearse éste. Colaboró en numerosas publicaciones escritas y en la radio. Su interés por la historia lo llevó a fundar y participar en el consejo de redacción de la revista Historia Internacional. En ésta publicó algunos artículos sobre Marruecos. En esta materia es autor del libro Liturgias para un caudillo (1977), sobre el origen africanista de Franco. Y la novela Kábila.

   Si la aparición de El desastre de Annual de Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March en 1968 supuso, con matices, el renacimiento de la línea patriótica en el ciclo de Annual, Kábila en 1980 fue el resurgimiento de la línea crítica en la misma materia argumental.
   Fernando González se atreve con el argumento de una manera muy arriesgada. Se enfrenta a narrar desde el punto de vista del rifeño. El escritor español que intenta comprender al rifeño corre el riesgo de fracasar porque, por mucho conocimiento que se tenga de los hechos, los lugares y la mentalidad, no es del todo rifeño y no puede llegar a comprender todas las motivaciones. Si bien quiere exponer los hechos desde una perspectiva distinta, puede caer en el mito del rifeño imaginado más que en el rifeño real. Otro peligro es que idealice en exceso al combatiente marroquí y su causa. Quizás, como suele ocurrir en estos casos, el riesgo es el mérito del escritor, su originalidad.

   La vida del rifeño era difícil y se complicaba con la guerra. Los kabileños obedecían a la autoridad tradicional que los llevaba a la guerra contra el español invasor. Era una guerra desigual en la que obtuvieron un triunfo sorprendente y desproporcionado en Annual. Los rifeños se hinchan de orgullo, son espoleados por los líderes y viven una ensoñación de la que les advierte Chumitsa, la prostituta: Os creéis que aquí acaban los españoles, no sabéis nada. Pueden morir más, muchos más, y sin embargo llegarán al Rif, lo tendrán. Saben orden. Vosotros no sabéis nada. Ellos llegarán, marcando el paso, con uniforme, uno a uno. No sabéis nada, Ahmed (página 78). Sólo le faltó añadir a la profecía que el jefe que los llevó a la victoria huiría cuando llegara la derrota, abandonando a las huestes a su suerte. El ritmo de la novela es lento, aunque se mezclan episodios diversos, acciones distantes en la geografía y hechos militares que necesitan de un conocimiento previo para situarlos. Para el autor importa el sentir del rifeño en su lucha por la vida en la que la ocasión de morir es una vicisitud más. Y lo hace en dos momentos: Uno, cuando se enfrenta a los españoles y obtienen las primeras victorias; otro, cuando son derrotados y tiene n que unirse al enemigo para poder sobrevivir.
   La vida es dura en la tierra marroquí. En cualquier caso, el pobre lucha siempre por la subsistencia. Y que el lector establezca los paralelismos que quiera con la situación española; seguramente el autor tuvo esa intención. En algún momento, cuando Abd el Krim vence en Annual, creen que las cosas cambiarán. Pronto se darán cuenta de que su existencia está fatalmente destinada a la sumisión y la miseria. Antes luchaba contra los españoles, después se alista en su ejército. Hay algo de humillación que tratarán de vencer con el arma de los débiles: la venganza. Pero ésta no siempre llega y puede dar paso al abandono morol. La derrota está presente: Nadie sabe ganar una guerra. El orgullo, la soberbia, son compañeros inseparables del vencedor, camina poseído de su triunfo y en el fondo añora que la lucha no continúe, pues se ha acostumbrado al trato despótico y las justificaciones tácticas. Me sentía como un ave que no ha podido seguir la emigración: temía las miradas de los ancianos (página 140), decía el protagonista. Y añadía: Entonces aún buscaba la venganza, la rebka. Pero mis horas desgarradas, de rifeño vencido, nunca fueron advertidas por los españoles, acostumbrados a incluir entre los moros a todo aquel que en el norte de África no es cristiano ni hebreo. Hubo momentos de amarguera y humillación, solo conocidos por los que, tras perder un ideal, intentan reemprender su vida ente los triunfadores, nuevos ricos de la guerra. El que lo ha vivido lo sabe, hermano (página 141).
Fernando González
   González quiere mostrar un Rif demasiado seco y hambriento, como justificando la guerra por el pan. Es demasiado sórdido el retrato de sus gentes. Los españoles arrasan la tierra del hambre con facilidad pero no la mejoran.
   La novela da un salto en el tiempo, al final, para concluir con el último episodio de las relaciones de guerra entre españoles y rifeños, la Guerra Civil. El protagonista combate con los Regulares. Han pasado los años, se ha aquietado y sometido a las circunstancias de la vida. Tal vez con fatalismo, tal vez con escepticismo. Reflexiona: Al final, se puede decir de Ben Haki: nació en la kábila de los Beni-Tuzin, luchó por su pueblo, perdió, sirvió a los vencedores humillándose hasta el punto más bajo, y ahora, cuando su vida no tiene ilusión, cuando la fe ya no es un débil refugio que en momentos de tristeza sirve para cobijarle, ahora, obedeciendo a una parte de los que un día hollaron la kábila, mata a los hermanos de éstos (página 256).
Óleo de Cruz Herrera de ambiente marroquí
  Kábila es una novela triste, realista. En el momento de su publicación tuvo repercusión y buenas críticas por atreverse con el punto de vista del otro. También estudios como el de Elmar Schmidt:
   Luego se olvidó. Pero merece una relectura.