viernes, 18 de agosto de 2017

NOVELAS DEL DESASTRE DE ANNUAL (16): AVENTURAS DEL CABALLERO ROGELIO DE AMARAL de WENCESLAO FERNÁNDEZ FLÓREZ.

FERNÁNDEZ-FLÓREZ, Wenceslao: Aventuras del caballero Rogelio de Amaral (Pueyo. Madrid 1933. 267 páginas + 1 hoja; Diana. México 1947. 193 páginas).

   Siendo Wenceslao Fernández Flórez (La Coruña 1885- Madrid 1964) un autor de mucho éxito en vida y después de la muerte, con numerosas reediciones de sus principales novelas y con ediciones críticas que llegan hasta la actualidad, la novela que nos ocupa solo tuvo una edición en España y otra en México. Nunca más se reeditó (salvo en las obras completas) y pasó desapercibida.

    Aventuras de Rogelio de Amaral está escrita en el característico estilo satírico del autor, un maestro de la ironía. Una diatriba contra el señorito republicano provista de toda la acidez del escritor. Fernández Flórez era un hombre conservador que, puesto en la tesitura de tomar partido, optó por el bando franquista y tuvo que refugiarse en la embajada de Holanda durante la Guerra Civil. Gracias a la intervención de Julián Zugazagoitia ante Indalecio Prieto, pudo escapar y, agradecido, pasó a testificar a su favor en el consejo sumarísimo que se abrió al primero en la postguerra. Era un hombre conservador sui géneris porque su amplio sentido crítico le granjeaba enemigos entre los partidarios y los opositores. Parece ser una de esas personas a las que no le gusta el mundo que le rodea pero desconfían aún más de los que lo quieren cambiar. Tal vez porque, a pesar de su inconformismo, no le iba mal en la vida. Era, por otra parte, un hombre de ideas avanzadas en asuntos como la posición social de la mujer o el aborto como se refleja en algunas partes de esta novela. La crítica a la II República tiene mucho en común con la que hacía Julio Camba, pero no llega a la amargura de sus novelas sobre la Guerra Civil como Una isla en el mar rojo (1938) y La novela número 13 (1941).
Wenceslao Fernández-Flórez
    Antes de que el caballero Amaral se convirtiera en un incompetente médico, tuvo que hacer el servicio militar y le tocó África. Era una tradición familiar: Desde los tiempos más remotos los Amarales se venían dedicando ardorosamente a la noble faena de “causar bajas”. Utilizo a propósito esta locución porque la encuentro mucho más adecuada que el verbo “matar” que algunos emplean con indisculpable ligereza cuando se refieren a los actos de un guerrero en el ejercicio de su vocación (página 63). La novela es el retrato de un cínico, de un personaje al que le da todo igual salvo su persona y que pasa por encima de las situaciones y las gentes con tal de obtener un beneficio o llevar una vida cómoda. No le importa mentir, engañar, estafar… En la vida de este personaje, el autor consideró interesante incluir un episodio de la guerra de Marruecos. Por el tiempo en el que transcurre, estaba indicado. Y allí situó al sargento Amaral, en una posición rodeada, aprovechando el heliógrafo para comunicar penalidades y heroísmos falsos en toda la extensión de su relato. Por esas cosas de la vida y de la política, cuando los mandos descubrieron que la posición fue olvidada de los moros, que nunca tuvo ningún apuro y que se pasó los días bebiendo vino, dado que el asunto se había vertido a la prensa con tintes heroicos, se decidió tapar el tema. No son muchas páginas las dedicadas a Marruecos. Y, después de leerlas, queda la sensación de que Amaral no es solo una invención de Fernández Flórez sino que debió de haber en la realidad algún falso héroe sin descubrir.

   Por lo demás, al escritor Marruecos no le interesa especialmente. Ni conoce la zona ni se extiende en detalles (en esto demuestra honradez). Toma una posición imaginaria, no la describe en profundidad y cuenta unos hechos aislados y poco precisos que pudo haber leído en cualquier periódico.

viernes, 11 de agosto de 2017

NOVELAS DE CEUTA (4). NOVELAS DEL PROTECTORADO ESPAÑOL EN MARRUECOS (4): LAS AVENTURAS DE PEPE EL DE CEUTA y EL CAPITÁN INTERVENTOR de ENRIQUE HIDALGO GÓMEZ.

HIDALGO GÓMEZ, Enrique: Las aventuras de Pepe el de Ceuta (Ciudad Autónoma. Archivo Central. Ceuta 2002. 261 páginas).
-          El capitán interventor. Marruecos español 1945 (Aljaima. Málaga 2003. 256 páginas).
   Enrique Gómez Hidalgo, de familia ceutí, nació en Larache donde pasó muchos años de su vida en Larache, como funcionario encargado de los bienes que el Estado español mantenía en Marruecos. Por tanto, conoce bien las dos ciudades y la vida en ellas. De Ceuta habla poco, algunas pinceladas de la vida en la ciudad y presidio a finales del siglo XIX. En realidad, hay muy poca literatura sobre Ceuta.  

    En Pepe el de Ceuta, el protagonista se traslada a Larache de manera casi involuntaria, por puro azar. Lo que hace que la novela se convierte en el relato de Larache, de su historia, su crecimiento y la vida de los primeros españoles que llegaron a la ciudad, sobre todo a partir de que las tropas españolas la tomaran en 1911. Esas historias familiares de luchadores anónimos, algunas de las cuales las cuenta Manuel Gago Alario en su libro Pioneros de Larache (2014), son el sustrato del libro. En este aspecto, Las aventuras de Pepe el de Ceuta es un antecedente de La ciudad del Lucus de Cazorla Prieto (http://novela-colonial-hispanoafricana.blogspot.com.es/2013/04/novelas-de-luis-maria-cazorla-prieto.html).
 Ceuta: cuartel de El Serrallo
   Las aventuras de Pepe el de Ceuta es una novela crónica de una etapa del protectorado. El autor es cronista de unos hechos en los que se vale del personaje. Relata con un lenguaje sin pasiones, a veces administrativo, los primeros tiempos de la ocupación española de Larache, la inevitable confrontación entre El Raisuni y el coronel Fernández Silvestre, y el modo de vida de los primeros españoles que se establecieron en la ciudad. Las incomodidades, los sacrificios, las tragedias de la población anónima. Y las relaciones con los habitantes del país, en las que el autor se detiene con varios episodios en los que trata de encerrar la situación de poder, desorden y dominio del momento cuando se iba a producir el enfrentamiento entre dos poderes.

    El autor no es un novelista distanciado de la historia, sino que toma partido. Frente a algunos autores que piensan que el acuerdo con El Raisuni hubiera supuesto la paz en la parte occidental del Protectorado español, otros opinan que la personalidad del caudillo marroquí haría que el pacto quedara en papel mojado enseguida. Por eso Hidalgo nos muestra  a un líder carismático pero arbitrario, cruel y déspota. Y una región sometida al abuso, la inseguridad y la crueldad de castigos. Frente a esto, la llegada de europeos hizo que se abrigara la esperanza del orden y la seguridad. Y en esto consiste la moraleja de la novela que termina con un capítulo que nos narra las peripecias de Pepe como prisionero esclavizado. Y ese mismo ambiente es el que da paso a la segunda novela.

    El final de la primera novela nos parece un poco forzado, como terminado con prisas y sin extenderse en las circunstancias, a pesar de ser un libro con exceso de minucias. Pero este final suspendido quizás tenga que ver con el proyecto del autor en escribir la segunda novela –El capitán interventor- en la que reconoce (en la contraportada) que es la continuación de la primera. Y que se trata de un relato ameno en el que se descubre mucho de lo que el autor vivió y presenció en su vida en Marruecos, formas de vida y de relación. Tal vez peca de exceso de descripciones de viviendas y de comidas y tés que resultan reiterativas y prescindibles, abundante en detalles que no añaden nada a la acción. El relato deriva por caminos etnográficos. Por lo demás, es un ejercicio de recuerdos (como la primera), escrito con sencillez y con honradez.

   Hidalgo mantiene una tesis personal, la manera en la que él vivió en Marruecos antes y después de la independencia, en la que resalta los valores de la cooperación y la convivencia normal entre españoles y marroquíes. El capitán interventor, en esta línea, es la indagación sobre un español desaparecido en la guerra y otro convertido voluntariamente al Islam. Visto con normalidad dentro de una pequeña comunidad marroquí. Un canto a los habitantes de las cabilas y a los interventores españoles que compartieron con ellos los días de aquella época.